Thursday, March 08, 2012

ARTEFACTOS



No me arranca la tablet. Prendo. Aparece el pingüino en el vértice superior izquierdo, después dice Android y la pantalla se oscurece. Lo reseteo una y otra vez y vuelve a pasar lo mismo. Me quedo sin lectura. Es lo que tiene la electrónica. Sabemos que tarde o temprano todos los artefactos dejan de funcionar de la misma manera en que tenemos la certeza de que el sol se va a apagar. El asunto es que no sabemos cuándo. En el caso del sol estamos más tranquilos porque sabemos que será dentro de miles de años. Pero en el caso de los aparatos puede que dentro de unos días. Además no sabemos cuándo ni en qué momento, pero es muy probable que sea en un momento en el que los necesitamos. La heladera en verano, el lavarropas en el día de la semana que dedicamos a lavar, el televisor cuando hay algo que nos morimos de ganas de ver, las luces de emergencia cuando se corta la energía, y los e-readers cuando nos disponemos a leer… fuera de casa (como casi siempre) y sin posibilidad de contar con un libro impreso que lo reemplace.

Bueno, los aparatos dejan de funcionar porque los usamos con frecuencia, y si los usamos con frecuencia van padeciendo un desgaste que los va conduciendo a la finitud. Distinto es en aquellos aparatos que casi ni usamos y cuando los vamos a usar nos encontramos con que no funcionan, y cuando lo llevamos al técnico este nos dice que la rotura se produjo por el no-uso. O porque se acabó la vida útil de la batería. Y hay fallas que se llevan recuerdos valiosos como cuando se jode una tarjeta de memoria o el rígido de una PC. ¿Y cuándo se corta la energía? Nada nos da un cachetazo tan ontológico como los cortes de luz. Nada nos hace ver cuánto dependemos de la energía como su ausencia. No hay inalámbrico, ni refrigeración, ni tele, ni microondas, ni horno grill, ni pava eléctrica, ni internet, y ni hablar si el celular está con poca carga… Te sentís desconectado, pero desconectado de la red, porque quizá nada sea mejor para conectar con otras personas que la oscuridad, o un e-reader descompuesto…

Y nos acostumbramos tanto a la conexión que cada vez es más difícil andar sueltos, flotar en un mundo de candelabros y fogones. O sembrar nuestra propia lechuga.

Cuando un artefacto deja de funcionar nos pone en un aprieto, una circunstancia con la que no contábamos, y también con un desembolso inesperado de dinero si es que sí o sí queremos volver a contar con él. O a lo sumo lamentar su ausencia unos días, hasta que nos acostumbremos a rallar la zanahoria a mano o hacernos el café con agua de la pava, o a lavar la ropa con tabla de madera y jabón blanco. O a leer el diario, que siempre es más barato que un libro o una revista.

Uno se acostumbra a todo.

Y en toda ausencia siempre conocemos una parte nuestra que desconocíamos.

Ahí va el e-reader a estrolarse contra la pared.

Pobrecito.

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